Una gran parte de los animales necesitamos ayuda de nuestros progenitores a la hora de sobrevivir durante los primeros meses de vida en mayor o menor medida.
En la mayoría de casos, este apoyo se reduce a los cuidados durante la lactancia; sin embargo, la relación con nuestros progenitores en el caso de los primates es una de las más estrechas del reino animal, prueba de ello son los múltiples casos de luto de madres que pierden a sus crías
Y es que mientras que muchas especies de animales pasan a gran velocidad del destete a la madurez sexual, los primates poseemos una infancia y un período juvenil largos y vitales para nuestra subsistencia futura.
La «lenta» vida de los primates
Es importante señalar que en comparación con el resto de animales e incluso de mamíferos, los primates poseemos uno de los ciclos vitales más lentos del reino animal, y por ende, la infancia primate es de las más largas. Tenemos pocos hijos y tardamos en tenerlos, tardamos en crecer, en madurar sexualmente, en aprender a desenvolvernos; en definitiva, los primates vivimos «lentamente».
Los primates tenemos menos crías que otras especies animales, pero también invertimos mucho más tiempo en cada una de ellas: por ejemplo, un chimpancé apenas llegaría a las siete crías en toda su vida —algo que ya es raro— frente a las miles que puede tener una coneja.
El destete también tendrá enormes diferencias —dejamos de mamar, que no de depender—, mientras que un conejo deja de mamar a las tres semanas, un chimpancé lo hará a los cinco años.
Además, nuestros períodos de aprendizaje y socialización previos a la madurez sexual son mucho mayores que en la mayoría de especies de mamíferos, lo que aumenta los períodos críticos de aprendizaje: Sí, eso que sale en las películas de que los patos creen que lo primero que ven es su padre —bendito Konrad Lorenz seguido por decenas de patos—, en nuestro caso es un período mucho más largo.
Y es que los primates no solo tenemos un destete alargado, también tenemos una infancia primate, es decir, un período juvenil previo a la madurez sexual, mucho mayor que en otras especies. Por ejemplo, los bonobos y los humanos prácticamente compartimos la edad a la que podemos reproducirnos por primera vez.
Durante esta etapa juvenil estableceremos lazos sociales, no solo con nuestros progenitores, sino con otros miembros del grupo. Las relaciones entre primates son la principal forma de aprendizaje frente a un componente mucho más instintivo en otras especies.
De hecho, no debemos olvidar que la relación con nuestras madres no es la única que importa. Padres, hermanas y otros miembros del grupo también participan en la infancia primate de muchas especies: mientras que los hermanos de algunas especies de mono tití son vitales para la crianza, los padres de macaco de Gibraltar participan activamente en ella de igual manera.
Tenemos pocos hijos y tardamos en tenerlos, tardamos en crecer, en madurar sexualmente, en aprender a desenvolvernos; en definitiva, los primates vivimos «lentamente».
Las madres de alambre de Harlow
La importancia de esta relación y de estos períodos es de sobra conocida, gracias a varios experimentos realizados entre los 60 y 70, que evidenciaron las numerosas consecuencias de la privación de estímulos y relaciones durante estas etapas.
En estos experimentos, que hoy en día son considerados una de las mayores torturas a las que hemos llevado a nuestros primos, Harlow demostró en su laboratorio de la universidad de Winsconsin que la privación de contacto con otros primates y particularmente con sus madres producía efectos muy dañinos en estos monos.
En el laboratorio de Harlow, los macacos podían verse unos a otros pero no podían tocarse al estar separados por cristales. El aislamiento de sus madres nada más nacer y de sus compañeros producía autolesiones y estereotipias varias, pero es especialmente trágico uno de aquellos experimentos.
En uno de los estudios, los infantes tenían dos «madres» para escoger: una de ellas era de alambre y tenía un biberón, mientras que la otra era de fieltro y tenía un lejano, relativo e insultante parecido a un mono.
En la mayoría de los casos las crías elegían a la madre de fieltro que no les proporcionaba alimento y se aferraban a ella, aunque eso les hiciera pasar hambre; para hacernos una idea, Harlow llegó a aislar a crías de primate hasta incluso dos años.
Por desgracia, los experimentos realizados en este laboratorio eran numerosos; uno de ellos fue llamado pozo de la desesperación y consistía en introducir a los pequeños monos en una cámara de acero en total soledad durante semanas. Este aislamiento causaba enormes traumas en los pequeños primates.
Los monos terapeutas de Harlow
Tras salir del pozo de la desesperación, se les asignaba un mono terapeuta, que no había sido criado en estas condiciones, el cual ayudaba a los animales que salían del pozo a recuperarse —en un estado emocional lamentable— a través de grooming, abrazos y en definitiva, relaciones sociales.
Aún así, los monos terapeutas no serían 100% efectivos en los casos de aislamiento más graves, dado que parte del desarrollo final del cerebro de los mamíferos es post-parto, y el tremendo estrés que sufrieron estos animales puede incluso afectar a la maduración del sistema nervioso.
Los estudios de Harlow también demostraron que aunque la relación con las madres era vital, la compañía de otros primates de la misma edad era más que útil para que los monos aislados salieran de su trauma.
Una de las consecuencias más conocidas de los experimentos de Harlow fue el cambio en el trato a los bebes internados en hospitales y hospicios, que desarrollaban problemas de comportamiento similares al estar faltos de contacto y afecto, entrando en juego las casas de acogida.
Actualmente, también numerosos primates huérfanos se benefician de estos descubrimientos —y del sentido común de gente con empatía hacia otras especies— y los grandes simios que se quedan sin madre debido al tráfico ilegal o al bushmeat son criados por matronas.
Aunque es parte de su condena, gracias a este período alargado de aprendizaje a través de juego e imitación, muchos de estos santuarios y proyectos han conseguido que estos huérfanos puedan vivir en semilibertad. Por desgracia, muchos son recuperados en la edad adulta, tras un gran proceso de humanización.
Infancia primate y habilidades sociales
Uno de estos santuarios es el conocido Lola ya Bonobo, en la República del Congo. Allí, Zanna Clay y Frans de Waal realizaron un estudio que recuerda al de Harlow, pero que fue radicalmente más ético.
Y es que por suerte o por desgracia, ya no hay que torturar animales para estudiar estas cosas, porque se rehabilitan cientos de ellos que ya han sido traumatizados, no por el bien de la ciencia sino por el egoísmo humano.
En el caso de los bonobos, entre otras cosas se estudió como estos primates se consuelan unos a otros, de forma similar a los «monos terapeutas» de Harlow, de enorme utilidad ante huérfanos que han visto a sus padres ser masacrados.
Se observó que si bien los bonobos jóvenes eran más empáticos, la mayor diferencia era entre los huérfanos y aquellos que habían sido criados por su madre: Los bonobos que habían sido criados por su madre eran tres veces más dados a consolar a otros bonobos; mientras que en muchas ocasiones, la respuesta de los huérfanos era unirse al llanto o evadir la situación.
También se comprobó que los simios huérfanos eran ligeramente más dados a continuar llantos o rabietas y eran menos capaces de controlarse y relajarse; pero uno de los resultados más chocantes es que los huérfanos juegan con otros la mitad de tiempo que los bonobos criados por sus madres, que tenían hasta tres veces más amigos.
Por supuesto, una maternidad deficiente puede tener también malas consecuencias para las crías aunque estas no sean huérfanas. Es por ello que en muchos centros las matronas no solo sirven para cuidar huérfanos, sino para que las madres aprendan a cuidar a sus crías.
Un ejemplo de esto es la torpeza o incluso maltrato que algunos macacos rhesus realizan sobre sus crías, que parece estar directamente relacionado con las experiencias tempranas de las madres.
Los bonobos que habían sido criados por su madre eran tres veces más dados a consolar a otros bonobos; mientras que en muchas ocasiones, la respuesta de los huérfanos era unirse al llanto o evadir la situación.
No robemos más infancias
Este tema que hemos tratado es para mí uno de los principales argumentos que nos puede ayudar a concienciar contra la explotación de primates en diversos ámbitos donde se les priva de estos estímulos tan necesarios.
Especialmente en el mascotismo, pues tal vez demasiadas especies pueden ser mascota en nuestro país, y los primates sean los primeros a los que debemos blindar de esta amenaza, y alejarlos de nuestras casas.
Por desgracia, para que un primate actúe en el cine o sea tu feliz mascota, es necesario arrebatarle estos períodos críticos de los que hemos estado hablando: lo cierto es que cientos de personas siguen emulando inconscientemente los crueles experimentos de Harlow, otro peligro de no entender a los animales.
El aprendizaje con miembros de su especie es sustituido por el aprendizaje humano: en el peor de los casos, la falta de cuidados puede llevarle a la misma tortura a la que les sometió este científico americano.
En el mejor de los casos, estaremos humanizando a este animal, y estará condenado a carecer de las habilidades sociales que necesita uno de estos animales para tener una vida digna.
Y es que la mayoría de estos animales acaban siendo abandonados, y la rehabilitación se hace cuesta arriba y muy complicada, pues no sabrán comportarse entre los de su especie.
Porque cuando fomentamos su uso en películas o los compramos por internet, les estamos robando muchas cosas: les robamos su lenguaje, su personalidad silvestre y su infancia. Por suerte, existen cientos de centros tanto en España como en otras partes del mundo que intentan reparar los daños del ser humano en las mentes de estos animales.
Igualmente, el aislamiento de estos animales para dar facilidades en la experimentación animal es también uno de los temas más graves a este respecto, y debería preocuparnos más los estímulos sociales y ambientales que tienen estos animales que la propia experimentación en sí.
Los primates somos un grupo de animales muy particular: mientras que una tortuga verde nunca conocerá a su madre y nacerá a cientos de kilómetros de ella, una cría de orangután pasará pegada a su madre cinco años.
Y mientras que muchas especies pasarán años en soledad, cruzándose solo con otros individuos de su especie para copular, nosotros somos animales sociales que no podemos renunciar al contacto con otros: el aislamiento y la humanización se convierte, para los primates, en uno de los más duros casos de maltrato animal.
Somos un grupo de animales con el privilegio de una infancia que nos permite descubrir el mundo con inocencia y sin prejuicios. Atesoremos los recuerdos de la infancia que nos hacen hoy quienes somos, y recordemos que ocurre de igual manera con otras especies. Y es que tal vez respetar la infancia sea otro «deber con la fauna silvestre» que estamos obviando.
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